Caminatas y Aromas
Redescubre tu Verdadero Yo
Ana había llevado tantas máscaras durante tanto tiempo que ya no recordaba cómo era su verdadero rostro. En la oficina, era la ejecutiva eficiente que siempre tenía una respuesta; en casa, la madre incansable que solucionaba todo con una sonrisa; entre amigos, la compañía animada que nunca hablaba de sus problemas. Pero en el fondo, se sentía atrapada en una rutina que no le dejaba espacio para sí misma. Cada día era igual al anterior, y sus salidas no eran más que desplazamientos entre obligaciones.
Esa tarde, algo en ella se quebró. Una reunión interminable y un teléfono que no dejaba de sonar la dejaron al borde de las lágrimas. Salió de su oficina con la excusa de "buscar algo de aire", aunque no tenía claro a dónde ir. Fue entonces cuando decidió hacer algo que no hacía desde hacía años: caminar sin rumbo.
Al cruzar la puerta del edificio, un aroma fresco la golpeó. La lluvia había terminado hacía poco, y el olor a tierra mojada inundaba el aire. Cerró los ojos y, de repente, no estaba en la ciudad. Estaba en el patio de su abuela, con las rodillas manchadas de barro, mientras su abuela la llamaba desde la cocina. Ese aroma tan simple desmoronó una de las máscaras más resistentes que llevaba: la de la adulta que tenía todo bajo control.
Con cada paso, Ana sintió cómo algo dentro de ella cambiaba. Las calles de su barrio, que siempre le parecieron grises y monótonas, ahora parecían llenas de vida. Pasó frente a una panadería, y el olor a pan recién horneado la envolvió como un abrazo. Recordó las tardes de domingo de su infancia, cuando su madre la llevaba al mercado. En aquellos días, una baguette caliente en sus manos era suficiente para hacerla feliz. Esa memoria olfativa la hizo sonreír, algo que no había hecho de forma genuina en semanas.
A medida que seguía caminando, los olores la guiaban como un mapa hacia recuerdos olvidados. En una esquina, el aroma de un árbol florecido le recordó los primeros días de primavera en su juventud, cuando corría descalza por el parque. Más adelante, el olor a madera vieja de un portón abierto la llevó de vuelta a la escuela primaria, a esos pupitres que guardaban los secretos de su niñez. Cada aroma derribaba otra capa de la máscara que había construido para sobrevivir en la rutina diaria.
Finalmente, llegó a un parque pequeño y casi vacío. Se sentó en un banco, respiró profundamente y dejó que el olor a césped recién cortado y flores silvestres la envolviera. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que podía quitarse todas sus máscaras. Allí, bajo el cielo abierto, se dio cuenta de algo poderoso: las salidas no eran solo físicas. Eran oportunidades para escapar de las expectativas, de los roles impuestos, y reencontrarse con lo que realmente importaba.
Ana entendió que no necesitaba grandes viajes ni planes elaborados para sentirse libre. Bastaba con salir, caminar y dejar que el mundo la sorprendiera. Las máscaras que llevaba no eran permanentes, y las salidas, por simples que parecieran, eran su forma de quitárselas.
Desde ese día, sus caminatas se convirtieron en rituales de reconexión. No importaba si llovía o hacía frío; cada vez que salía a caminar, sentía que recuperaba una parte de sí misma. Con el tiempo, aprendió a observar más allá de los paisajes urbanos y a escuchar el lenguaje silencioso de los aromas. Cada salida era una pequeña liberación, un paso hacia una vida más auténtica.
Ahora, cuando alguien le preguntaba por qué caminaba tanto, Ana sonreía y decía: "Porque cada salida me lleva de regreso a mí misma". Y sabía que, aunque no lo entendieran, cada paso que daba era un acto de valentía: la decisión consciente de vivir sin máscaras.
"En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad." Efesios 4:22-24
Comentarios
Publicar un comentario
Comentario: