Andar sin Prisa

Quiero andar sin prisa: pequeños deseos entre el asfalto y el sendero

Quiero volver a sentir mis pasos.
No los que me llevan al trabajo, ni los que me apuran para llegar al banco antes del cierre. Quiero esos otros: los que buscan sombra bajo los árboles, los que se detienen ante una pared florecida sin necesidad de justificar la pausa.

Mujer mayor regando geranios y joven estirando en la vereda de un barrio arbolado, escena de vida cotidiana y bienestar urbano.

Quiero andar sin prisa, sin tener que pedir permiso al reloj ni al algoritmo del GPS.
Caminar porque sí. Porque mi cuerpo lo agradece. Porque mis piernas me recuerdan que sigo acá. Porque hay calles que merecen ser recorridas con respeto, y esquinas que cuentan historias si uno las escucha.

Quiero un banco a mitad del camino.
Uno donde pueda sentarme a mirar cómo un niño aprende a andar en bici, o cómo una señora riega sus malvones como si fuera un ritual sagrado.
Quiero ese banco para pensar que caminar es también una forma de resistencia: contra la ansiedad, contra el encierro, contra esa lógica que nos empuja a ir siempre más rápido.

Quiero una ciudad que me abrace cuando camino.
Con veredas accesibles, con árboles que den sombra, con rampas que no sean metáforas rotas.
Quiero que se entienda que caminar no es un lujo ni una pérdida de tiempo: es salud, es encuentro, es territorio.

Y sí, quiero contagiar este deseo.
Quiero que vos que estás leyendo también te animes a elegir el sendero, al menos una vez al día.
Aunque tengas auto. Aunque te duelan las rodillas. Aunque te digan que no vale la pena.

Porque caminar transforma.
Porque en cada paso hay una decisión que dice: quiero vivir distinto.


Banco vacío junto a un árbol en vereda urbana, mientras una bicicleta pasa en movimiento.

¿Y vos? ¿Qué querés para tu ciudad, tu cuerpo o tu caminar diario?
Te invito a compartir tu “Quiero” en los comentarios o en tus redes, usando el hashtag #QuieroCaminar. Sumemos voces, paso a paso.

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