Caminar sin avergonzarse

Caminar sin avergonzarse: redescubriendo el paso propio en la ciudad

Persona caminando sola por una vereda arbolada de la ciudad durante el atardecer, con mochila y ropa cómoda.

Hay algo profundamente humano en el acto de caminar. Es una de las primeras formas de autonomía que adquirimos en la infancia, y, sin embargo, con el paso del tiempo y bajo la presión de la vida urbana, empezamos a avergonzarnos de cómo lo hacemos.

  • Vergüenza de caminar lento.
  • Vergüenza de transpirar.
  • Vergüenza de usar un bastón o una faja lumbar.
  • Vergüenza de ocupar más espacio del "permitido".
  • Vergüenza de parar a descansar.

La ciudad, aunque construida para todos, muchas veces excluye. No lo hace de forma explícita, sino a través de sus veredas rotas, sus escaleras sin rampas, sus tiempos de cruce imposibles para personas mayores o con movilidad reducida. Y cuando el entorno no acompaña, aparece la sensación de ser un obstáculo. En otras palabras: nos hace sentir que “molestamos”. Ahí se instala la vergüenza.

¿Quién define cómo se debe caminar?

Vivimos en una cultura donde caminar rápido, erguido y sin pausa es sinónimo de eficiencia. Esta mirada, profundamente productivista, reduce el caminar a un medio y no a un fin. Se camina “porque hay que llegar”, no porque se disfruta. Y quien camina con otro ritmo, con otro cuerpo, con otra necesidad, parece estar “fuera de lugar”.

Pero caminar también es encuentro, es salud, es introspección, es disfrute. Caminar puede ser una forma de meditación activa, un momento para pensar, para observar la vida urbana, para reencontrarnos con nuestro cuerpo y su historia.

El cuerpo en movimiento: entre la aceptación y la resistencia

Las piernas cansadas, el paso arrastrado, la columna encorvada, la ayuda de un bastón: todo eso forma parte de la biografía corporal de las personas. La vergüenza no debería estar ahí. Y, sin embargo, muchas veces lo está, impuesta por una mirada ajena que no entiende, que no acompaña, que juzga.

En Entre el Asfalto y el Sendero, sostenemos que la movilidad urbana también debe ser emocionalmente inclusiva. Las rampas, los bancos, los baños públicos y las veredas accesibles no son solo infraestructuras: son gestos sociales que nos dicen "no tenés por qué avergonzarte de cómo te movés".

Mujer mayor caminando lentamente con bastón sobre una vereda rota y desigual en una ciudad al atardecer.

Una invitación a reconciliarte con tu caminar

Este blog nació para dar lugar a experiencias reales de movilidad, desde quienes caminan por placer hasta quienes lo hacen por necesidad. Si alguna vez sentiste que la ciudad te exigía más de lo que tu cuerpo podía dar, este espacio es para vos.

Si alguna vez decidiste no salir a caminar por miedo a "no estar a la altura", este espacio también es para vos.

Y si hoy caminás despacio, con descanso, con zapatos ortopédicos o acompañado de alguien que te asiste, que sepas esto: no hay nada que debas esconder ni de lo que debas avergonzarte.

Cada paso es valioso. Cada paso cuenta una historia. Y en esa historia, no sos menos: sos resistencia, sos presencia, sos parte de la ciudad.


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