Contemplar la Ciudad

 

Contemplar la Ciudad: El Arte de Mirar Sin Apuro

Hombre de espaldas contemplando la ciudad al atardecer desde una altura, rodeado de edificios y luces tenues en una calle urbana.

En medio del ruido, la prisa y los horarios, pocas veces nos damos permiso para simplemente mirar. Y sin embargo, ahí está: la ciudad nos habla. No con palabras, sino con sus luces en la vereda mojada, con una hoja que se detiene en una grieta del cordón, con una vecina que riega las plantas a la misma hora, cada mañana.

Contemplar no es solo ver. Es detener el paso, permitir que la mirada se hunda en lo que parecía insignificante. Es un acto de resistencia urbana. Mientras el tránsito fluye y los relojes dictan ritmo, el que contempla se convierte en testigo, en cronista silencioso del instante.

Flor naranja creciendo entre las grietas de una vereda urbana al atardecer, con fondo difuso de árboles y edificios de la ciudad.

Caminar sin prisa permite descubrir lo invisible: una flor creciendo entre dos baldosas flojas, el reflejo del cielo en el parabrisas de un auto detenido, un mural que cambia con la luz del día. A veces, la contemplación empieza con una pausa: en una plaza, bajo un árbol, en el borde de una rampa de estacionamiento donde uno decide no hacer nada más que estar.

En Entre el Asfalto y el Sendero solemos hablar de movilidad, de piernas, de calles. Pero hoy la invitación es más simple: caminar para contemplar, no para llegar. Que cada paso sea una oportunidad para ver de nuevo lo que ya creíamos conocido.

Contemplar es, también, cuidar. Porque lo que se observa con atención, se valora. Y lo que se valora, se protege.

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